La mayoría de los padres piensan que deberían dejar de
gritar a sus hijos pero luego, sin darse ni cuenta, se sorprenden a sí mismos
recurriendo una y otra vez al grito. Parece que nuestros hijos no obedecen
hasta que, hartos de repetir la misma orden, se la gritamos. Es verdad que el
grito llama su atención en un primer momento, pero a la larga dejará de tener
efecto y entonces ¿qué haremos? ¿Gritar más fuerte, gritar más rato, vivir a
gritos?
¿Es posible educar sin gritar?
Evidentemente sí. De hecho debería ser nuestra elección.
Nuestros hijos han aprendido a no obedecer hasta que nos ven realmente
enfadados y este es un mal hábito que han adquirido. Por lo tanto, es un hábito
que debemos hacer desaparecer y generar uno más saludable. Gritar entrena a
nuestros hijos a no escuchar hasta que se les levanta la voz. Cuanto más lo usamos,
más los entrenamos y más nos costará que obedezcan sin necesidad de gritar.
Dejar de gritar no es fácil porque supone tener un gran
autocontrol sobre nuestras emociones sobre todo de la ira y la rabia que nos
genera ver la desobediencia diaria en nuestros hijos. Es un entrenamiento que
lleva tiempo. Primero sabremos frenarnos al minuto de estar chillando, pero
poco a poco, seremos capaces de frenar antes de empezar a gritar, es cuestión
de proponérselo, es cuestión de añadirlo a la lista de objetivos del 2015.
5 razones para dejar de gritar a vuestros hijos
Gritar convierte a los niños en sordos
Cualquier explicación o aprendizaje que queramos darles con
el grito será inútil, porque los oídos de nuestros hijos se cierran
automáticamente después de oírlo. Después de una interacción negativa nadie
está dispuesto a escuchar con verdadera atención y con ganas de aprender y
mejorar, eso solo se consigue con interacciones positivas. Si queremos hacer
mejores a nuestros hijos, no lo conseguiremos a gritos.
Gritar no ayuda a gestionar las emociones
Nosotros somos un ejemplo de comportamiento de nuestros
hijos. Cuando perdemos el control y gritamos, lo que les enseñamos es a
gestionar la ira y la rabia con agresividad. Conseguiremos unos adolescentes
llenos de rabia que gritan y pierden el control delante de la explosión de
emociones que se tiene en esa etapa evolutiva. Si nosotros ayudamos a nuestros hijos
a gestionarlo de otra manera, con autocontrol, con calma, hablando abiertamente
de las emociones en casa, ellos aprenderán a dar respuestas más adecuadas a la
ira y a la rabia. Si oyes gritos aprendes a gritar.
Gritar asusta a nuestros hijos
Ellos sienten miedo al principio y después rabia e
impotencia. ¿Es miedo lo que queremos que sientan nuestros hijos? Seguro que
no, nuestra intención cuando gritamos es que obedezcan, que aprendan, que hagan
lo correcto, que nos respeten, etc… pero no queremos provocarles miedo. Por lo
tanto, con nuestra actitud no conseguimos el efecto que queremos: el respeto se
gana respetando, la obediencia se gana con paciencia, los aprendizajes
requieren un tiempo y un esfuerzo y que hagan lo correcto dependerá en gran medida
de nuestro propio comportamiento.
Gritar los aleja
Cada vez que les gritamos, ponemos una piedra de un muro que
nos separa. Perdemos autoridad positiva, perdemos respeto, perdemos
comunicación, ganamos distancia, ganamos frialdad en las relaciones, ganamos
más gritos y ganamos malestar emocional.
A más gritos, menos autoestima
Educar a gritos tiene un efecto nefasto sobre la autoestima
de nuestros hijos. Lejos de sentir que estamos orgullosos de sus logros y sus
esfuerzos, lo que sienten es que nunca están a la altura, hagan lo que hagan,
siempre aparecen los gritos y borran cualquier sentimiento de haber hecho algo
bien.
¿Cómo conseguimos dejar de gritar?
Adquirir un compromiso
Será como un pacto de familia donde nos comprometemos a
dejar de gritar y a hablar con respeto. Diremos a nuestros hijos que estamos
aprendiendo a hacerlo y que nos tendrán que ayudar, que es probable que
cometamos errores pero que si tienen paciencia cada vez lo haremos mejor.
Nuestro trabajo como padres es controlar nuestras emociones
Con el manejo de nuestras emociones les enseñamos a
controlar las suyas. Si somos un buen ejemplo, ellos serán mejores. Por lo
tanto, debemos empezar a trabajar con nuestras emociones, lo que sentimos, lo
que transmitimos y como lo controlamos. Es un entrenamiento que requiere tiempo
y esfuerzo.
Recordar que los niños deben actuar como niños
Son cientos las veces que he oído decir a los padres en
consulta:
-Es que tengo que repetirle mil veces que se vista. Cada
mañana es la misma historia. Está claro que le gusta verme enfadado/a
-¿Cuántos años tiene su hijo/a?
-Cinco años. Yo creo que ya sabe lo que debe hacer pero solo
piensa en jugar.
Ante esto, yo siempre digo lo mismo: lo que realmente me
preocuparía es que usted se sentara en esa silla y me dijera que su hijo/a de
cinco años se viste solo/a cada mañana sin necesidad de que usted le recuerde
lo que debe hacer. Porque entonces seguro que habría algún problema. Los niños
deben jugar, es lo que les toca a esa edad y nosotros somos los encargados de
recordarles cada día sus obligaciones. Es nuestro trabajo de padres. Si nuestro
jefe nos dijera que cada día tenemos que recordar al conserje que debe encender
la luz, lo haríamos a diario, sin pensar si el conserje lo debería hacer por si
solo o no. Pues con nuestros hijos es lo mismo, cada día debemos recordarles
las mismas cosas hasta que adquieran el hábito y entonces tendremos que recordarles
las siguientes. Es un trabajo que nunca acaba.
Dejar de reunir leña
Cuando tienes un mal día, cualquier chispa encenderá el
fuego. Date un momento, haz algo que te haga sentir mejor y deja de reunir leña
para el fuego. En algún momento tienes que parar.
Ofrecer empatía cuando tu hijo expresa cualquier emoción
Cualquier emoción, buena o mala, debe ser escuchada. Para
mostrar empatía debemos hacer entender a nuestro hijo que entendemos cómo se
siente. Así aprenderán a aceptar sus propios sentimientos que es el primer paso
para aprender a manejarlos. Una vez que los niños pueden manejar sus emociones,
podrán manejar también su comportamiento.
Trata con respeto a tu hijo
Cuando los niños son tratados con respeto sienten más ganas
de portarse bien y de tratar con respeto a los demás. Simplemente debes
entender que tu hijo merece tu respeto más que cualquier otra persona.
Cuando te enojas, STOP
Para, cierra la boca. No hagas nada ni tomes decisiones.
Respira hondo. Si ya estás gritando para en medio de la frase. No sigas hasta
que no estés tranquilo. Hablar, castigar o actuar cuando uno está enojado
aumenta notablemente la probabilidad de tomar malas decisiones, de gritar en
vez de hablar, de usar castigos exagerados y poco educativos y actuar de manera
desproporcionada. Le invitamos a leer
nuestro post las 10 claves para usar bien el castigo.
Respira y date cuenta de tus sentimientos
Cuando te enfades con tu hijo/a y sientas ira y rabia,
aléjate de la situación si es posible y respira. Lávate la cara y piensa en lo
que hay debajo de esa ira que suele ser miedo, tristeza y decepción. Date un
espacio para sentirlo y llora si así lo sientes, después verás como la ira
desaparece.
Encuentra tu propia sabiduría
Analiza la situación de manera objetiva. Ahora que ya no
sientes ira, será más fácil. Piensa en qué quieres conseguir y cuál es la mejor
manera de hacerlo. Quieres que tu hijo te obedezca, ten paciencia y repite la
norma las veces que haga falta, incluso ayúdale físicamente a hacerlo, cógele
de la mano y guía sus pasos. Quieres que tu hijo te respete, enséñales con el
ejemplo. Quieres educar bien a tu hijo, hazlo desde el reconocimiento y desde
el afecto no desde los gritos y los castigos. Fija tus objetivos y fija también
tus pasos. Los aprendizajes requieren tiempo y paciencia, tu hijo no lo puedo
aprender todo a la primera, más bien es al contrario, no aprenderá nada a la
primera.
Adopta medidas positivas, busca un lugar tranquilo
Todos hemos vivido esos momentos de tensión en casa,
momentos que generan un gran malestar emocional y que cada movimiento no hace
más que aumentar la tensión. Unos gritan, otros lloran, nadie hace lo que debe
hacer y parece que nada puede parar esa ira. ¿Qué podemos hacer?
- Pide a tu hijo un time-out: tiempo fuera. Uno en cada sitio hasta que se desvanezca la ira.
- Pídele disculpas.
- Ayuda a tu hijo a gestionar la rabia que siente, que se sienta comprendido, explícale que tú también te sientes así a veces.
- Busca un lugar tranquilo donde esconderos, debajo de una gran sábana para dejar pasar de largo la ira y la rabia.
- Lee un cuento tras otro, hasta que se desvanezca la rabia.
Ayudando a nuestros hijos a gestionar bien sus emociones,
aprenderemos mucho de las nuestras y seguro que esto nos hará a todos mucho
mejores.
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