La verdadera valentía para mí, no tiene que ver con “dejar
de sentir miedo” ni con resistir y aguantar. Para mí, aquel que es valiente de
verdad, es quien puede permitirse que el miedo le acompañe, y puede entrar en
contacto con su vulnerabilidad. Mostrarnos frágiles, blandos, no es un signo de
debilidad sino de fortaleza interior. Cuando podemos de verdad, aceptar que
tenemos miedo, y que no podemos con todo, es cuando honramos a esa parte
nuestra más real y humana, y es cuando nos sentimos más libres.
Lo confieso, soy vulnerable
Algunas personas en mi consulta me dicen que llorar es de débiles,
que mostrarse frágil, es algo que no se pueden permitir porque entonces se
sentirían expuestos. Vivimos en la cultura del esfuerzo, de la valentía, del
“no hay que sentir esto” o “del miedo está mal”. Se nos dice constantemente
“tienes que ser fuerte”. Y yo me pregunto, ¿qué quiere decir ser fuerte? ¿No
será acaso una fachada y un escudo que nos ponemos para aparentar fuerza,
cuando en realidad por dentro estamos “muertos” de miedo?
Lo confieso soy vulnerable, ¡y a mucha honra señores! Muchas
veces tengo miedo de que las cosas no salgan bien, me muestro y me permito
sentirme frágil. ¿Por qué? Porque no soy super woman, ni de piedra, ni mucho
menos impermeable. Cuando me doy cuenta que siento miedo, tengo dos opciones,
dejar que el miedo me paralice, y no actuar, o actuar teniendo presente a ese
miedo y a esa fragilidad, y aún así, salir a la calle igual, tener esa
conversación que me cuesta tanto, hablar con mi familia etc.
La vulnerabilidad tiene mil caras pero solo dos opciones,
aceptarla o esconderla en forma de fuerza y orgullo. Sentirnos vulnerables, nos
descoloca y nos ayuda para prepararnos hacia el cambio.
En la vulnerabilidad está nuestra fuerza
Vivir es arriesgarnos, y arriesgarnos es exponernos al
dolor. Cuando realmente podemos reconocer nuestra fragilidad interna, es cuando
más vamos a sentirnos empoderados de fuerza. Pero no una fuerza anestesiada por
un escudo, no una fuerza falsa, si no una fuerza genuina, auténtica, que
conecta con nuestro potencial, con nuestras posibilidades y nuestras
capacidades.
Aceptar nuestra vulnerabilidad nos prepara para la vida,
porque de donde más podemos aprender es de nuestras heridas, y dolores.
Abrazando nuestra vulnerabilidad nos liberamos y nos damos la opción de elegir
qué tipo de transformación queremos hacer.
En definitiva, cuantas más caras podamos explorar de
nosotros mismos, más opciones vamos a tener para elegir. Lo que nos hace
frágiles también nos hace fuertes.
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