martes, 6 de septiembre de 2011

¿Media naranja o entera?

Responsabilidad, libertad y amor: la base para armonizar las diferencias.




Sueñas con un hombre ejecutivo, práctico, de grandes ambiciones hasta que te enamoras de uno bohemio despreocupado que se embelesa con sus propias fantasías. Tras los primeros tiempos de entusiasmo y encandilamiento, cuando la relación se estabiliza, empiezas a sentirte disconforme junto a este hombre, te inquieta el futuro junto, le recriminas su falta de iniciativas, su espíritu volátil.

Has encontrado, por fin, la persona con la cual construir una pareja y van adelante con el proyecto. En la convivencia se ve que él, o ella, es muy sociable, que le encanta armar salidas con amigos, o diseñar programas de fin de semana que incluyen a otros. Pero prefieres la vida hogareña, de bajo perfil,  tus planes apuntan a las cenas domésticas e íntimas, a compartir sentimientos de a dos. Esto empieza a generar tensiones y disputas, como si cada uno sintiera que el otro está empeñado en aguarle las expectativas.

Cuando vos y tu pareja se conocieron les deslumbró la cantidad de coincidencias que había en sus vidas. Habían viajado a los mismos lugares, habían conocido a las mismas personas, habían llorado en las mismas escenas de las mismas películas, compartían los escritores favoritos y la debilidad por los mismos platos de la cocina mediterránea. Después de un tiempo se empezaron a sentir incómodos con algunas características de el otro (una cierta avaricia, sus silencios, sus impulsos, su modo de decir las cosas). Se lo han dicho. El otro las reconoce y dice que le gustaría cambiar, pero le cuesta. ¿Aceptan de verdad las  características señaladas, estarían dispuestos a trabajar para transformarlas en bien de la relación?

Un vínculo es un mosaico rico y complejo en el cual se manifiestan las diferencias entre los seres humanos. La convivencia lleva, más allá de su voluntad, su deseo o incluso su conciencia, a que cada una de las personas se muestre en todas sus facetas. Y como no existen dos individuos iguales en toda la historia de nuestra especie, ni las hubo, ni las habrá, cuanto más convives y compartes con alguien  y cuanto más lo conoces (y cuanto más te conoce), mayor  es el despliegue de todo aquello que los hace diferentes.

El arte y los artistas

Vivir armoniosamente una relación no es cuestión de magia ni de suerte. En realidad, se trata de un arte. Y podríamos definirlo como el arte de armonizar las diferencias. En las tres situaciones con que comienza este texto veremos apenas una muestra de cómo diferencias actúan en la convivencia afectiva.

Por cierto, lo primero que atrae a dos personas y las hace elegirse en un principio son sus similitudes. Éstas alimentan la ilusión de haber hallado a la mítica “media naranja”. Pero el amor no se construye con medias naranjas. Una media naranja es la mitad de algo, no se trata de una unidad, de algo que, en sí, es completo. Sólo podría ser una unidad si halla a la otra mitad. Mientras tanto, sólo será, digámoslo así,  0,50. Al encontrar la mitad perdida, deberá aferrarse a ella, para no volver a ser menos que uno. Esto, en los vínculos, genera el riesgo de una relación de dependencia o de sumisión.

Un requisito básico del arte de convivir es recordar que cada uno de nosotros está entero y representa la totalidad de sí mismo. Totalidad no significa perfección. No hay seres perfectos, pero cada persona es la más completa versión de sí misma, y la más actualizada. De este modo, un vínculo nace a partir de dos seres enteros que se eligen entre otros miles de personas por razones ciertas, y a menudo sutiles y misteriosas.

Allí inician un camino conjunto que los llevará a buen fin en la medida en que, amén de disfrutar sus similitudes, comiencen a reconocer y a explorar su diversidad. En los inicios de un vínculo, lo similar supera a lo diferente. Pero en la medida en que la relación se prolonga y ambos están atentos a ella, descubrirán que la lista de diferencias crece y se prolonga más allá de la enumeración de similitudes. Allí está la rica materia prima para la construcción del vínculo, para el ejercicio del arte de convivir.

Diferencias y diferencias

¿Cualquier diferencia enriquece el vínculo? No. Las hay complementarias, conflictivas pero abordables e irreconciliables.

Son complementarias las que se integran naturalmente. Ejemplo sencillo: uno ama la cocina, pero detesta lavar los platos. El otro los lava como nadie pero es incapaz de freír un huevo. Pues, siempre comerán bien y su vajilla siempre relucirá. No pelearán por esta diferencia. El ejemplo puede llevarse a niveles de gustos culturales, propuestas para la vida cotidiana y demás.

Una diferencia conflictiva pero abordable puede ser la siguiente. Uno es irascible en sus reacciones y esto muchas veces acobarda o aleja al otro, o genera momentos incómodos en la vida social conjunta. El acobardado plantea esta situación y el iracundo acepta que él tiene esa característica y reconoce, también, las consecuencias de la misma. Llegan a la conclusión de que para ambos, en lo personal y en lo que hace al vínculo, sería deseable transformarla. El trabajo de cambio no será de los dos, sino del irascible, es algo que a él le toca. Pero encontrará en su pareja la colaboración más directa e interesada y podrá pedir ayuda allí. Este tipo de diferencias, que se dan con frecuencia y en cantidad, son las que proporcionan una gran oportunidad para el trabajo de consolidación del vínculo y de siembra amorosa. No siempre es una tarea fácil, a menudo cuesta reconocer una característica poco simpática de uno mismo, pero la historia de las parejas armónicas indica que ha sido pasando por allí con sinceridad y disposición como han construido sus acuerdos más sólidos y han echado sus raíces más profundas.

Las diferencias irreconciliables tienen que ver con orígenes, con características físicas, con valores ideológicos y morales, con proyectos personales absolutamente divergentes. Un cazador y una defensora de los derechos de los animales, no podrán convivir. Si alguien soñó con un príncipe legítimo y está con una persona de origen plebeyo y humilde, no habrá manera de trasfundirle a éste sangre azul. Nadie cambiará, tampoco, la raza ni las características físicas de una persona para adecuarlas a los deseos del otro. ¿Se puede convivir con diferencias irreconciliables? Esto depende del grado de terquedad u obsesión de las personas, pero los precios son a veces, en términos emocionales, muy dolorosos.

Del desconocimiento al conocimiento

Las cuestiones que hemos analizado nos permiten repetir que el arte de vivir en pareja es, en definitiva, el arte de armonizar las diferencias. Ello requiere vivir relaciones conscientes, no dejarlas en piloto automático, confiadas a la magia. Se necesita que ambos estén dispuestos a la tarea de la convivencia. Cada uno trabajará por ella con herramientas propias, es importante respetar los ritmos y estilos, siempre sobre la base de un compromiso conjunto.

Más que una simple convivencia, así construyes el amor. Porque el amor es, en definitiva, el fruto de un proceso de mutuo conocimiento, de mutua transformación y de mutua aceptación. Primero conocer (sobre todo conocer diferencias), luego trabajar en lo que es conflictivo y abordable, transformarse y transformar el vínculo. Y, por fin, aceptar al otro como alguien que es otro, no una simple copia de mí o de mis deseos o expectativas.

Nuestras relaciones se inician en el enamoramiento, que es ilusión, entusiasmo y desconocimiento del otro. Si trabajamos en el vínculo, este culminará en el amor, que es un sentimiento trascendente, no siempre ruidoso y que significa, sobre todo, conocimiento del otro. En el camino del desconocimiento del enamoramiento al conocimiento del amor, ejercemos el arte de armonizar las diferencias y construir relaciones de amor responsable.

Responsabilidad, libertad y amor

La responsabilidad es la capacidad de responder ante las consecuencias de nuestras acciones. Y no hay acción humana sin efectos, no hay acción que no modifique nuestro entorno, nuestro vínculo, a nosotros o al otro. Cuando no nos hacemos cargo de esto y las consecuencias de una acción lastiman, buscaremos un culpable. Esto erosiona nuestras relaciones. Cuando la responsabilidad es puesta sobre la mesa de nuestros vínculos, con ella viene la libertad y la capacidad de elegir. Cuando respondo por mí, ya no necesito culpables. Elijo. Elijo mi vida y cómo vivirla. Elegir me hace libre. Una relación crece, madura y se transforma en la medida en que la responsabilidad es parte esencial de su construcción, cuando se convierte en la savia que la recorre y alimenta. Responsabilidad, libertad y amor están indisolublemente hermanados.

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