jueves, 5 de enero de 2012

Para y escucha

Joshua Bell


Así como a los espectadores del restaurante del vídeo de ayer no les quedó más remedio que dejarse sorprender por el coro que les salió al encuentro, en este otro experimento, los usuarios del metro en Washington desaprovecharon una oportunidad única:



Viernes, 12 de enero de 2007, una fría mañana y hora punta en una estación de metro en Washington.

Un hombre blanco vestido con vaqueros, una camiseta y una gorra de béisbol, saca un violín y durante 43’ interpreta piezas clásicas de Bach.

En este tiempo, sólo 7 personas se detuvieron y otras 20 dieron dinero, sin interrumpir su camino. El violinista recaudó 32 dólares. Cuando terminó de tocar y se hizo silencio, nadie pareció advertirlo. No hubo aplausos colectivos, ni reconocimientos.

El violinista desconocido y con poco éxito era Joshua Bell,  uno de los mejores intérpretes del mundo, y entre sus muchos éxitos destaca que interpretó la banda sonora de la película El violín rojo, que fue galardonada con un oscar.

Esa mañana en Washington tocaba un Stradivarius del siglo XVIII valorado en 3,5 millones de dólares, y tres días antes había llenado el Boston Symphony Hall, a 100 euros la butaca.

No había caído en desgracia, sino que estaba protagonizando un experimento social promovido por  el diario The Washington Post sobre la percepción, el gusto y las prioridades de las personas. Los objetivos eran descubrir lo siguiente: en un ambiente banal y a una hora inconveniente:
  • ¿Está la gente preparada para percibir la belleza?
  • ¿Nos detenemos a apreciarla?
Según los pronósticos de expertos como Leonard Slatkin, director de la Orquesta Sinfónica Nacional de EEUU, el músico debería recaudar unos 150 dólares, de 1.000 personas, unas 35 se detendrían haciendo un corrillo, absortas por la belleza y unas 100 echarían dinero.

Los resultados finales fueron muy muy inferiores y lo curioso es que los individuos que más apreciaron el arte fueron un rockero y niños.

La persona que se paró más tiempo a escucharle, 7’, fue un treintañero funcionario del Departamento de Energía de EEUU que la única música clásica que conocía eran los “clásicos del rock”, pero que posteriormente declaró lo siguiente: “fuera lo que fuera lo que estaba tocando el virtuoso, me hacía sentir en paz“.

Y quienes más atención prestaron fueron NIÑOS PEQUEÑOS. Uno de 3 años se plantó delante del músico pero su madre le impidió disfrutar de la música y lo arrastraba aunque el niño seguía mirando con la cabeza girada. Eso ocurrió con más niños y todos los padres, sin excepción, los forzaron a seguir la marcha.

¿Qué hubieses hecho tú? ¿Pararte o pasar de largo?

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