No esperemos para decir lo que sentimos, porque, algún día, puede que ya sea demasiado tarde.
Nunca te dije que el doctor nos dio las peores noticias y ninguna esperanza, y que a
partir de aquella tarde todo fue una larga despedida. Nunca te dije cómo desde aquel
instante te empecé a echar de menos y a notar cómo mi vida menguaba y se quedaba
incompleta para siempre. Nunca te dije lo feliz que me habías enseñado a ser: al
principio porque pensaba que ya tendría tiempo para decírtelo, y luego porque temía
que notaras que algo raro sucedía si de repente y sin más te lo decía. Nunca te dije
cómo todo mi ser empezó y terminó en ti desde el día en que te conocí.
Nunca te dije que te estabas marchando porque te horrorizaba resultar una carga y
todavía más un estorbo, nunca te dije que algo de mí moría mientras tú morías, y
aunque en cada frase y en cada gesto de aquellos últimos días intenté decirte que te
quería, soy plenamente consciente de que, exactamente, nunca te lo dije.
Nunca te dije que de ti aprendí mucho más de lo que pudiera enseñarte, nunca te dije
cómo presumía de ti con mis amigos, ni cómo ellos me envidiaban y me repetían lo
afortunado que había sido encontrándote. Nunca te dije que en muchas cenas y
reuniones en que no me acompañabas pensaba casi todo el rato en ti y sin que nadie lo
notara me ponía a escribir sobre algo que habías dicho o hecho, acariciándote con
cada palabra, aunque luego no lo utilizara para ningún artículo.
Nunca te dije que te solía hacer rabiar porque me divertía verte exaltada, tan luminosa
y tan radiante, y nunca te dije que muchas noches me despertaba, te miraba mientras
dormías y eras La Belleza hecha carne, echada y dormida. Nunca te dije que siempre
tuviste razón aunque me costara dártela y reconocer que fueras tan perfecta. Nunca te
dije que siempre me hiciste sentir el hombre más afortunado del mundo, que nunca
dejaste de sorprenderme ni de gustarme más cada día y que aprovechaba todos tus
consejos aunque me riera de ellos y en ocasiones de ti. Nunca te dije que muchas veces
pensé en marcharme contigo.
Nunca te dije adiós porque no quería asustarte ni provocarte tétricas visiones de la
muerte, pero también porque nunca fui lo suficientemente valiente para asumir que te
perdía. Nunca te dije que me moría de miedo de quedarme sin ti. No sé si te protegí de
algo no diciéndote nada, o me protegiste tú a mí siguiéndome el juego porque en
realidad lo sabías todo y no querías asustarme ni que me desmoronara. A fin de
cuentas nunca supe disimularte nada.
Sólo sé que daría lo que fuera por tener una última escena contigo y poderte decir
cuánto te quise y te quiero; y que están locos como yo lo estuve los que se aman mucho
y, ellos que pueden, no se lo dicen.
Salvador Sostres
2 comentarios:
Muy interesante. Deberíamos tenerlo muy presente para ponerlo en práctica cuando estemos junto a las personas que queremos y con las que convivimos tanto tiempo y a las que no somos capaces de comunicarles todo lo que sentimos por ellas. No esperemos que lo adivinen, digámoselo.
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