La consciencia del corazón.
De la memoria celular a la mente no local.
Tomás Álvaro
Doctor en medicina, especialista en el estudio del sistema inmune y sus tumores. Estudioso del campo de la Medicina energética y vibracional. Medicina sintergética.
Licenciado en psicología clínica e in- teresado en el mundo de la psicología y la psicoterapia transpersonal. Científico e investigador del enfoque cuerpo-mente, de la psiconeuroinmunología y de una comprensión holística del ser humano.
¿Tenemos conexiones no locales con otras mentes y con el entorno? ¿Tiene el corazón capacidad para almacenar información? ¿De dónde saca el corazón su capacidad de amar? ¿Qué quiere decir que sentimos con el corazón? ¿Puede nuestro corazón comunicarse con otros? ¿Puede el corazón pensar?
1. La inteligencia del corazón
Toda cultura ancestral procedente de cualquier punto del planeta considera de forma invariable al corazón como fuente de sabiduría, conocimiento espiritual, pensamiento y emoción profundas. Ahora la ciencia moderna no quiere ser menos y viene a decirnos que existen evidencias que demuestran que esas verdades son algo más que simples metáforas.
La idea del corazón como una simple bomba impulsora está ya hoy completamente desfasada. El corazón se contrae en sístole pero también rota y produce una torsión de la estructura del miocardio que es debida a la despolarización coordinada de los cardiomiocitos, los cuales producen una corriente eléctrica detectable mediante el electrocardiograma y un campo magnético que se extiende por todo el cuerpo y fuera del mismo.
El vórtice de flujo que emana del ventrículo izquierdo es un ciclón portador de una onda térmica, una onda sonora, una onda de presión y un campo electromagnético, que hacen del corazón un generador de bioinformación. Debemos la comprensión del corazón como un órgano sensible a los trabajos de los doctores Gary Schwartz y Linda Russek que propusieron la hipótesis de la naturaleza infoenergética del corazón, esto es, una fuente de energía portadora de información (o lo que es lo mismo, memoria), comunicada por el corazón al resto del organismo en cada uno de sus latidos.
Si partimos de la base de que somos seres integrales, holísticos, y no el conjunto de las piezas de un reloj armado en forma de cuerpo humano, entonces que cada célula guarda su propia memoria celular como parte de un holograma integrado e inteligente, cae por su propio peso. Cada punto del holograma contiene la información completa que el organismo ha almacenado a base de co nocimiento y experiencia. Cuando hablamos del organismo como un todo nos estamos refiriendo a un holograma constituido por varios cuerpos superpuestos, el físico, el energético, el emocional, el mental y el espiritual, información que se refleja en cada una de las células que lo constituyen y en el estado de salud y enfermedad del individuo. Cada célula es una pequeña batería que almacena su parte correspondiente de estructura física, de bioenergía, de memoria emocional y de campo de información mental.
La información genética reside en el material genético del núcleo celular. Dicha información está disponible de forma potencial en el campo energético celular, dispuesta a revelarse en el momento en que sea activada por el patrón vibratorio correspondiente. Esta información constituye la fuente de la memoria celular, almacenada en estos archivos biológicos que son nuestras células y tejidos. Su activación movilizará un tsunami de moléculas, neurotransmisores y hormonas que recrean el estado emocional o la sensación física asociada al estímulo inicial.
La neurocardiología nos explica que el corazón tiene su propio pequeño cerebro, de unas 50.000 neuronas, que le otorgan la capacidad de sentir y pensar de forma independiente, de procesar información y tomar decisiones desde el corazón, e incluso de mostrar un tipo de aprendizaje y de memoria. El corazón es realmente un sistema inteligente, además de ser una auténtica glándula hormonal, secretora de oxitocina, la hormona del amor; un campo emisor de energía e información electromagnética; y un emisor de señales determinantes de la experiencia emocional, la percepción y el funcionamiento cognitivo, además de la intuición.
La teoría de sistemas nos muestra como un sistema integrado da lugar a un orden emergente diferente a la suma de las partes que lo componen. En el cuerpo humano se produce una exacta representación de ese concepto, que resulta del acoplamiento del conjunto de órganos que lo componen. Cada uno de los órganos representa un oscilador biológico que marca su ritmo en la orquesta que produce la sinfonía de todo el organismo y basta con que un órgano desentone para que la composición pierda su armonía. Además del propio latido cardiaco, procesos rítmicos son el ritmo digestivo, respiratorio y hormonal, los patrones de tensión muscular, especialmente facial, la onda de líquido cefalorraquídeo o el funcionamiento de los centros cerebrales, como el tálamo o la epífisis. Cada órgano pone su nota en la melodía del organismo entero, pero el oscilador maestro que lleva la batuta es el corazón, que marca el ritmo de todos los miembros de la orquesta, convirtiéndose así en señal de identidad de cada persona, porque no hay dos corazones que canten la misma canción.
Así pues, en realidad el corazón actúa como una vibración palpitante y tierna que usa su energía para mecer las células de la sangre como si los brazos de una madre amorosa se tratara. El corazón posee su propio sistema nervioso intrínseco que representa la estación central de control del funcionamiento de todo el cuerpo y este pequeño cerebro está compuesto por una jerarquía neuronal cuyo funcionamiento se atiene a las leyes del caos, en ausencia de una causa obvia conocida que determine su efecto, mostrando por tanto
propiedades emergentes.
2. ¿Corazón... o cerebro?
El hilo de nuestra vida se ancla en el centro de nuestro ser, por eso es allí donde se encuentra nuestro corazón, en el centro, como un Sol en su sistema, lleno de voluntad y poder, infatigable, irradiando su calor hasta los confines de su sistema, a través de los rayos de la red vascular. Pero vayamos por partes y ordenemos las piezas. Si el corazón dirige la sinfonía de la vida, ¿dónde guarda su batuta? Y si el cerebro baila al son, ¿cómo recoge el abrazo del corazón?
Embriológicamente el corazón vino primero. Hacia el día 20 de gestación, en unas pocas horas, un pequeño acúmulo de células comienza a batir al unísono y establece el que será el ritmo de nuestra vida que resonará ya sin parar hasta el mismo momento de nuestra muerte. Haciendo números, tu corazón late más de cien mil veces al día; impulsa unos 7 litros de sangre por minuto, o sea más de 400 litros por hora, y lanza su potencia sobre una red vascular de miles de kilómetros. Su fuerza eléctrica es 60 veces más poderosa que la del cerebro, y su potencia magnética puede medirse a más de cinco metros, y es cinco mil veces mayor que el órgano que le sigue a continuación, el cerebro. Ello hace del corazón el oscilador maestro, tal y como se han encargado de demostrar los investigadores del Hearth Math Institute, estudiando su efecto armonizador sobre el tallo cerebral y el resto de órganos del cuerpo. Su sensibilidad inmediata a las emociones es bien conocida por todos nosotros, reaccionando ante un susto, un acceso de rabia o un abrazo delicioso, así como sus cambios inmediatos ante un sentimiento de empatía o amor incondicional.
La ciencia ha demostrado que es posible registrar el electrocardiograma de una persona en el encefalograma de otra, siempre que esas dos personas estén en cercanía próxima y sobre todo si se encuentran en contacto físico. Además el estado emocional de la persona se refleja en el campo electromagnético generado por el corazón y los campos de muy baja frecuencia similares al campo electromagnético cardiaco, son capaces de afectar los tejidos vivos en condiciones de laboratorio, de cambiar la estructura molecular del agua o de producir cambios conformacionales en el ADN. Es decir, que los campos electromagnéticos son detectables por los sistemas biológicos a nivel celular. Y el contacto físico juega un importante papel a la hora de facilitar el intercambio de energía, como ocurre al darnos un abrazo. Una auténtica maravilla ocurre cuando un corazón se sitúa junto a otro y ambos sintonizan y acaban latiendo a la vez y compartiendo su ritmo. Por eso el corazón del abuelo ordena el patrón rítmico del nieto, o la madre el de su hijo, o la pareja de enamorados tiende al unísono. Y si se colocan varios corazones juntos también llegarán a compartir el ritmo, como le pasa a los músicos de una orquesta. La sincronización entre corazones nos habla de su poder de adaptación y de resonancia con el ritmo más armónico, lo que establece las bases de la relación del terapeuta con su paciente. Nuestras emociones tienen la capacidad de contagiar a aquellos que se encuentran en nuestra cercanía, y las emociones de los demás nos afectan a nosotros mismos. Muchas técnicas de sanación se basan en un intercambio de energía de algún tipo entre las personas. El corazón es el principal candidato como fuente de esa energía electromagnética cuando las personas se tocan o se encuentran cerca (sin embargo en el caso de la sanación a distancia, la energía ha de tener otras características, pero esto lo veremos más adelante).
El corazón gobierna el flujo de energía de todo el organismo, es el emperador del cuerpo humano y todos los órganos son sus subordinados. Su energía se refleja en el brillo de los ojos y en el calor de las caricias y su actividad influye sobre el tallo cerebral y los automatismos vitales, el sistema límbico y sus emociones, el sistema inmune y su función defensiva o la capacidad de aprendizaje y de memoria. Todo ello ha sido probado científicamente. Pero por lo mismo, la alteración de su ritmo coherente produce numerosos cambios en el organismo, incluyendo un importante deterioro de la capacidad cognitiva o un incremento del riesgo de demencia y enfermedad de Alzheimer. Y existe una asociación bien documentada entre desórdenes afectivos como la ansiedad o la depresión y la enfermedad cardiovascular. El aislamiento social induce cambios de comportamiento, cardiacos y alteraciones del sistema nervioso autónomo. En esa conexión cerebro-corazón, el corazón envía más señales al cerebro que el cerebro al corazón. Esas señales tienen un efecto significativo sobre el funcionamiento cerebral, afectando la atención, la percepción, la memoria y hasta la capacidad de resolución de problemas. Diferentes patrones de actividad cardiaca tienen distintos efectos sobre la función emocional y cognitiva cerebral. Durante el estrés y las emociones negativas el patrón del ritmo cardiaco se desordena. Entonces su señal sobre el cerebro inhibe la función cognitiva, lo cual limita la capacidad de pensar con claridad, recordar, aprender, razonar y tomar decisiones, propiciando en cambio los actos impulsivos e imprudentes que se toman bajo el efecto del estrés o de la agresividadad. Los patrones estables y coherentes facilitan la función cognitiva y refuerzan los sentimientos positivos y la estabilidad emocional. Es decir, que el patrón de ritmo cardiaco no solo produce beneficios sobre el funcionamiento de los órganos y sistemas biológicos, sino que además afecta la percepción, el pensamiento, el sentimiento y la función mental.
Y ahora vamos intuyendo como se construye la red de comunicación que une cuerpo, emoción, mente y espíritu. Realmente la consciencia emerge de la función conjunta de cerebro y corazón. Pero el corazón tiene su pequeño propio cerebro, y es un órgano sensorial y un sofisticado centro de recepción y procesamiento de información. El cerebro del corazón tiene capacidad de aprendizaje, memoria y toma de decisiones de forma independiente del cortex cerebral. El patrón de información propio de cada estado emocional es comunicado a cada célula del cuerpo a través del campo electromagnético cardiaco, que actúa como una onda portadora de información. Informar es dar forma a la actividad y la función de todos los órganos del cuerpo y las ondas de energía portan patrones de organización de forma y función, de salud y enfermedad, de pensamiento y emoción, y todo ello empaquetado en una sola onda: la onda bioenergética y amorosa que parte de cada latido del corazón.
Y estamos ya preparados para desgranar los detalles de la coherencia cardiaca, la coherencia mental y la coherencia vital, para comprobar entonces que nos encontramos en el borde de un precipicio donde se acaba el terreno conocido de la materia y la percepción, que nos invita a saltar hacia unas ondas más sutiles, volar desde la materia densa a la energía vibrante e inasible de la onda translúcida de la información y la todavía más transparente y emergente onda de la consciencia.
El contacto físico juega un importante papel a la hora de facilitar el intercambio de energía, como ocurre al darnos un abrazo.
Continuará...
Fuente: pranamanasyoga
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