jueves, 16 de octubre de 2014

Sin desprendimiento no puede haber vida

 
Veo a los árboles desnudarse, como cada año, y entregar sus hojas a la tierra, a la que vuelven en vuelos azarosos que son pura belleza.
 Ayer, de camino a casa, una intensa ráfaga de viento desnudó, cientos de hojas al vuelo, a una familia de álamos plateados que descansa cerca del arroyo. La música del viento en sus hojas y su despedida del tronco que las alojaba fue uno de los espectáculos más bellos que he vivido. Un regalo del azar. Y pensé que sin desprendimiento no puede haber vida. Sin el ejercicio de la desnudez voluntaria, es imposible el renacimiento. Quizás por eso el otoño provoca tanta melancolía a tantas personas. A mí me parece, con la primavera, la estación más bella del año.
 Los árboles nos enseñan también a decir adiós. Nos muestran una suerte de desprendimiento que interpreto como voluntario, consciente. Sí, los árboles no tienen consciencia, me dirán. Pero esa renuncia que veo en ellos cada octubre y noviembre, me evoca la necesidad que tenemos los humanos de saber soltar lastre, de saber decir adiós, de saber aligerarnos de equipaje, y de hacerlo con la alegría que supone saber vivir con lo esencial. En la naturaleza están todas las lecciones. Y como cada otoño, esta, la mayor y más sabia maestra, nos regala el ejercicio extraordinario de la desnudez.

Álex Rovira

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