lunes, 11 de abril de 2016

Controlar asfixia

Vivir sin manual
Mercé Roura



Este año he perdido el control.  Desde el punto de vista de alguien que necesita saber qué pasa y por qué en todo momento, resulta insoportable. Tener el control es vivir en una calma tensa siempre. Ponerse trampas y chivarse dónde están. Nadar en un vaso de agua y naufragar en la orilla. Cruzar el desierto de un metro cuadrado de arena y vivir una aventura sentado en el sofá… Tener el control es una alucinación, una forma de vivir en una tranquilidad falsa.

Controlar agota. Primero porque te supone estar siempre pendiente de qué sucede y llevar encima la carga de intentar estar perfecto. Segundo, porque el universo tiene sentido del humor y se asegura de que nunca lo tengas todo controlado. Por suerte, siempre hay mil cosas que se escapan a las redes imaginarias que vas tejiendo para asumir el duro trabajo de controlar…

Un tren que tarda, un niño que derrama un refresco en esa falda que debes llevar, el viento que te despeina, el amigo que te deja colgado, el teléfono que no suena, la lluvia insistente que cae con unas ganas locas para recordarte que tú no mandas en nada ni nadie…

Yo he estado un siglo intentado controlarlo todo para que nada se escapara de mi vista… Me inventé unas normas que seguir y me castigué cuando no lo hacía, sin darme cuenta de que mis descuidos y quebrantos de esas normas eran magia, eran mi oportunidad de crecer…

Controlar asfixia… Ahoga, comprime, reduce, aniquila la imaginación y te pega al suelo.

De muchas maneras, ser riguroso e intentar hacer las cosas lo mejor posible es algo bueno, claro. El problema surge cuando eso se convierte en un credo inquebrantable, en una religión. Cuando que esté bien es más importante que vivirlo. Cuando que sea perfecto te impide acabarlo o sentirlo… Cuando controlar no te deja fluir… Como bailar contando siempre pasos o tener que contar las gotas de lluvia de un aguacero que nunca termina. Uno puede intentar controlar sus emociones y aprender de ellas pero no puede pretender controlar toda su vida a cada momento…

El Universo es caprichoso. La vida es así. Te trae a menudo lo que necesitas, aunque no lo parezca. Otras veces, suceden cosas, algunas terribles, de las que es poco probable encontrar un lado bueno… Lo que no significa que no nos ayude a crecer y aprender. Todo lo que nos pone a prueba tiene su recompensa, aunque nos cuesta verlo.

A veces, no nos dejamos llevar y nos aferramos a lo que éramos y da la sensación de estamos repitiendo siempre la misma prueba. Como si el universo conspirara para que diéramos un paso e hiciera todo lo posible para precipitarlo. Y puesto que no lo damos, nos sigue poniendo la zancadilla una y otra vez en lugares parecidos para que nuestra estabilidad se tambalee y sepamos que hay que moverse, que hay que bailar.

Y cuando te obsesionas por el control, las leyes de la causalidad confabulan para que todo suceda al revés de cómo imaginaste o creías necesitar para demostrarte que no puedes controlar nada. Aún más, para decirte que lo que deseas conseguir puede encontrarse de mil formas y no sólo gracias al rígido manual que has diseñado para vivir tus días…

Los manuales rígidos que no dejan margen para la sorpresa ni el error conducen al pozos sin fondo, a una rutina que te borra la imaginación y te mata el entusiasmo.

El caso es que uno puede pasarse años y años sin que suceda nada en su vida (a menudo, ya nos aseguramos de ello porque los cambios nos asustan) y luego de repente en dos meses sucede todo. Porque encontramos a alguien que nos dice algo que necesitábamos escuchar. Porque topamos con un realidad alternativa ese día que hacemos algo poco habitual. Porque el Universo es testarudo y no para hasta que entiendes que hay cosas que van contigo y cosas que no, que cuando no vives según lo que dictan tus entrañas estás condenado a sufrir por no ser lo que quieres, que debes escuchar a tu conciencia y ser libre… Que has nacido para ser feliz y no puedes conformarte con sucedáneos insulsos… Que la perfección no es belleza. Que la calma exterior no es alegría… Que tenerlo todo controlado no es vida…

Por eso, cada vez que vuelves a las andadas y recuperas el manual rígido para una vida perfecta, la vida te sacude.  Te pone rígido a ti para que notes cuanto te perjudicas y te dejas las cervicales hechas un desastre. Te dibuja un contratiempo en la agenda, te vacía la cuenta con una factura, te estropea el coche…

Yo este año he perdido el control. Lo reconozco, ya llevaba tiempo con el manual escondido, sin seguirlo a rajatabla porque me había dado cuenta de que era un incordio, porque me había percatado que cuando me dejaba llevar un poco sin seguir siempre sus normas al pie de la letra pasaban cosas maravillosas…. Y, de repente, un día, me levanté con muchas ganas y al ver un contratiempo, en lugar de buscar la página del manual dónde indica que hacer en estos casos, decidí tirarlo por la ventana. Mi guía práctica y completa para vivir sin perder el control cayó al vacío…

Justo en ese momento, ante lo que algunos calificarían de gran temeridad, me di cuenta…  No lo necesitaba. No lo había necesitado nunca.  Para seguir mi camino sólo era necesario dejarme guiar por lo aprendido hasta ahora y seguir mi intuición.

Cuanto más aplicas el manual, menos arriesgas y menos aprendes porque no aplicas tu criterio sino aquello que crees que haría una persona cuerda y prudente en tu lugar… Porque el manual para mantener el control es una guía completa para prudentes, para cautos, para previsores, para personas que llevan una falsa vida de ensueño y quieren que permanezca así siempre (no lo saben pero incluso si quieres que todo sigan igual, de vez en cuando tienes que hacer cambios porque si no el agua se estanca).

El manual es para personas que no quieren llorar, ni notar las sacudidas, ni ensuciarse, ni despeinase… La mayoría de veces no porque les disguste sino porque necesitan tanto la aprobación de los demás que buscan una perfección que les haga adorables. Tienen miedo. Creen que si lo controlan todo nunca harán el ridículo ni estarán fuera de lugar… Que nunca serán criticados ni menospreciados…

Por eso yo tiré el manual. No mentiré, acto seguido tuve un ataque de pánico que me dejó medio lela… Después de tanto tiempo con ese libro en mis manos, al desaparecer, me sentí desnuda, desprotegida, vulnerable… Aunque, dejar de controlar es algo mágico. Entrar en un lugar y saber que sólo debes obedecer a ti mismo y al respeto que les tienes a los demás. Soltarse. Caer. Caminar hacia atrás. Dejarse llevar por una simpleza y reír sin pensar qué cara pones… Lo tiré porque siempre que lo escondía acababa recuperándolo y quise asegurarme de no volverlo a tener en mis manos. Lo tiré porque después de un siglo siendo prudente sin más resultado que una vida anodina, pensé que había llegado el momento de arriesgar…

Sin esta guía absurda, nunca sabes qué va a pasar y te das cuenta de que, en el fondo, antes tampoco. El control de todo era una ilusión, un espejismo creado por tu necesidad de vivir pensando que llevabas la vida que debías, aunque no la que querías….

Y acabar el día llorando y riendo, con las medias rotas, el pelo alborotado, sin saber qué va a pasar mañana y habiendo hecho el ridículo, tal vez.  Sin más guía que tú mismo, que tu sabiduría acumulada, tus errores y tu necesidad de vivir con intensidad. Perder el control y que pase lo que pase, aunque no depende de ti, creas que seguro será bueno… Otra prueba, otra experiencia, otro sueño… Sin manual, sin red…

Y dejar que llueva. Y notar que llueve.

LA REBELIÓN DE LAS PALABRAS

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