jueves, 7 de junio de 2012

La consciencia del corazón (III)


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6. La memoria celular

Algunos investigadores han tratado de encontrar sentido al canibalismo humano en la posible creencia de que la sabiduría u otras capacidades de la persona pudieran ser transmitidas a través de la ingestión de algunos de sus órganos. Curiosamente los antropólogos han mostrado que el impresionante desarrollo del intelecto del Homo Sapiens hace 800.000 años coincide con la instauración de estas prácticas, y hoy día, varias universidades han mostrado que algunos animales, desde gusanos hasta roedores, son capaces de adquirir moléculas de la memoria tras la ingesta de sus congéneres con ciertos aprendizajes. El ser humano no se queda atrás, e ingiere diferentes órganos animales con la intención de adquirir longevidad o capacidad sexual, valor o cualquier otra propiedad atri- buida al fiero o al viril animal.

Tras cientos de estudios fisiológicos y muchos cerebros brillantes poniendo todo su empeño, a día de hoy desconocemos en qué zona del cerebro se acumulan los recuerdos. Ciertamente se han identificado estructuras que participan en el proceso, fundamentalmente hipocampo, tálamo y lóbulo temporal, pero no parece existir un disco duro que almacene el material para recordar. La doctora Candace Pert, autora de Moléculas de Emoción, ha llegado a la conclusión de que es inútil establecer una distinción entre el cerebro y el cuerpo a este respecto, porque todas las células del organismo se comunican a través de unas pequeñas moléculas conocidas como neuropéptidos, contrapartida bioquímica de la memoria, la emoción y el pensamiento, una especie de sistema de información integrado mediante el cual cada órgano o célula del organismo conoce qué es lo que está pasando en el resto. En el cerebro hay más de 60 neuropéptidos, como las famosas endorfinas, que permiten la comunicación intercelular, el envío de mensajes del cerebro a las células del resto del cuerpo, y del cuerpo al cerebro.

Propongo al lector que suponga solo por un momento que el cerebro no sea el único lugar donde queden ancladas nuestras memorias. Planteemos la posibilidad de que nuestra historia personal, nuestro aprendizaje cultural y nuestra carga ancestral hayan sido conducidos desde los órganos de la percepción, la emoción y el pensamiento, esto es, desde el cerebro reptil, mamífero y humano, hasta cada célula de nuestro cuerpo. Supongamos que las moléculas de la información de nuestros sistemas fisiológicos de equilibrio u homeostasis, los sistemas nervioso, endocrino e inmune, hayan encarnado nuestras vivencias en la configuración de receptores de membrana y en la activación epigenética de cada una de nuestras células, constituyendo una auténtica red psicosomática engarzada estrechamente en todos los órganos del cuerpo. Supongamos que esos patrones de creencias y experiencias, conscientes e inconscientes, se encuentran almacenados en cada una de nuestras células, que como símbolos del tiempo, acumulan dicha información. Pues bien, a esto llamaremos “la memoria celular”.

La memoria es la impresión que produce cada vivencia en cada uno de los niveles del ser: material, como en los músculos o las moléculas; energético, como el patrón de vibración neu- ronal; informacional, como el significado del recuerdo de aquella experiencia; y de conciencia, al extraer el sentido profundo de la experiencia. La rememoración del recuerdo activa determinado patrón neurobiológico y su correspondiente acción fisiológica, viva en todo el organismo, no solo en el cerebro. El recuerdo se enmarca dentro de una composición química molecular y un patrón de vibración electromagnético.

Visto así estaríamos concibiendo nuestro organismo como un ente holográfico. Un holograma inteligente que almacena nuestra experiencia global y holística en cada una de sus células. La impronta electromagnética de cada vivencia deja su sello energético en cada tejido, órgano y célula, que cuenta con los mecanismos adecuados para recoger dicha información, en realidad haces de luz y sonido que impactan sobre los átomos de nuestra constitución. Y es así como toda esa información física, emocional, mental y espiritual queda embebida dentro del holograma de nuestro ser. Una condensación energética que vemos y tocamos en nuestro cuerpo físico denso que no es otra cosa que el reflejo de nuestro cuerpo energético vibrante cual nota musical resonando en el universo.

La matriz extracelular o sistema de Pischinger es el nexo de unión entre todas las células de un órgano o todos los tejidos del organismo. Las células eliminan sus desechos tóxicos a dicha matriz y recogen de allí nutrientes, moléculas y estímulos nerviosos. Pero si nos elevamos del nivel de la materia y vibramos en el de la energía, las células recogen experiencias, vivencias y creencias en código vibracional, se alimentan de emociones y pensamientos, inasibles e invisibles, y una vez que estos son descartados y reemplazados en el proceso de aprendizaje que es la vida, son desechados a esa otra matriz más sutil, etérica, que tanto nutre como elimina los desechos de la función vibracional celular. Y vamos contemplando ya el mapa del campo energético, portador de la vibración que llamamos memoria.

Para la medicina oriental, cada órgano o glándula resuena con una o más emociones, uno o más patrones energéticos e informacionales característicos. Por eso, un trauma emocional determinado produce un desequilibrio en un órgano o glándula concreto, especialmente receptivo, y entonces cada patrón de toxicidad emocional se asocia a determinada patología, como la ira al hígado o el miedo a los huesos. Para Gary Schwartz, los órganos almacenan energía e información de la misma forma que lo hacen una fruta, un vegetal o cualquier otro ente. Esa infoenergía almacena información física, mental, emocional y espiritual, que recoge toda la experiencia e historia individual, la información genética propia y hasta la herencia ancestral de generaciones pasadas. Nada de lo que experimentamos escapa de quedar grabado y encarnado en cada una de nuestras células y tejidos, constituyéndose así el holograma celular. La suma de memorias celulares indi- viduales conforma la base de datos o archivos de información que almacena nuestras ex periencias, dispuestas a ser recuperadas con el estímulo adecuado. Eso es lo que somos, de ahí procede nuestra forma de pensar y esta es nuestra herramienta de interacción con el mundo y con los demás.


7. Trasplante de corazón: ¿un trasplante de memorias?

Una niña sueña con el asesino de su donante y ayuda a la policía a su identificación y captura... una mujer empieza a interesarse en el sexo tras recibir el corazón de una prostituta... un repentino cambio de interés de la música clásica al rock duro tras recibir el corazón de un rockero... un cambio de dieta a los gustos del donante... un cambio violento de carácter tras recibir el corazón de un pandillero agresivo... la aparición de sueños aterradores tras recibir el corazón de un suicida... una lesbiana carnívora que se casa con un hombre y se hace vegetariana tras su trasplante procedente de una vegetariana heterosexual... la adquisición de habilidades pictóricas tras recibir el corazón de un pintor... una bailarina adopta andares de hombre y nuevas relaciones interpersonales al estilo de su donante... un niño cambia repentinamente su gusto por nadar al recibir el corazón de una niña ahogada... y así muchos cientos de casos.

Hace ya cuarenta años que historias como estas se repiten una tras otra en pacientes trasplantados. La aparición de nuevas prefe rencias, gustos, habilidades, aversiones y actitudes propias del donante y desconocidas antes en el receptor ha dado lugar a la sugerencia de que el órgano trasplantado pudiera contener memorias codificadas procedentes del donante que puedan liberarse en el receptor. Paul Pearsall es un psiconeuroinmunológo fallecido recientemente que se hizo famoso tras publicar, entre muchos otros, un libro titulado El código del corazón. Allí expuso sus investigaciones sobre la transferencia de memoria del donante al receptor a través de órganos trasplantados, especialmente el corazón. La conclusión de su estudio no pudo ser más sorprendente: las células de los tejidos vivos trasplantados almacenan memoria y guardan la capacidad de recordar. Según el Dr Pearsall nuestro cerebro piensa tanto que no escuchamos la sabiduría de nuestro corazón. Gary Schwartz y Linda Russek, autores de otro libro, La energía viviente del universo, están convencidos de que los sistemas corporales almacenan energía e información que puede liberarse de manera consciente o inconsciente en el receptor de órganos trasplantados. Bruce Lipton, autor de Biología de las creencias, afirma que las células poseen receptores capaces de captar información del exterior en forma de radiación electromagnética, algo parecido a lo que hacemos al conectarnos a Internet y bajar in formación a nuestro ordenador. Numerosos científicos de renombre, escritos, películas y documentales aportan información y datos acerca de la extraña posibilidad de que cada célula del organismo sea capaz de almacenar memoria y recordarla.

El ser humano representa la encarnación del tiempo pasado y la historia vivida. Ya hemos visto como la energía y la información generadas reposan en el seno de la materia celular. La callada vibración de la memoria espera paciente la llamada de la consciencia que la haga emerger. Ontogenia y filogenia, la historia personal y ancestral, se acumulan en el estado de receptores de membrana celular y la configuración genética nuclear. La carga bioeléctrica y bioplásmica celular es la base de datos bioinformática que sostiene los patrones comprimidos en la memoria ce- lular. Es como si los receptores de algunos trasplantes, especialmente sensibles, fueran ca- paces de conectar con algunos aspectos de la historia personal de sus respectivos donantes, de sintonizar con la información almacenada en la matriz extracelular etérica de los tejidos trasplantados.

El corazón puede vivir sin el cerebro, pero el cerebro no puede vivir sin el corazón. Y con el corazón se trasplanta su propio pequeño cerebro, que determinará el funcionamiento del gran cerebro del receptor. El fuego del corazón desprende chispas de alegría, por eso un trasplante es una transfusión de vida a nivel energético, magnético y emocional. Si el corazón es capaz de pensar, sentir y recordar ¿será verdad que puede también almacenar memorias e incluso transmitirlas. Gary Schwartz y Linda Russek han sugerido que cuando se da el proceso de rechazo, quizás no sea únicamente a los aspectos tisulares, sino también a los aspectos energéticos e informacionales almacenados en las células del órgano trasplantado. Hemos visto como la energía y la carga informativa que transporta, pueden ser transmitidas electromagnéticamente. El corazón del donante puede enviar dicha información al cerebro del receptor. Y esa información no es otra cosa que la memoria celular almacenada en el. Energía, información, memoria y consciencia... y ¡ya tenemos la ecuación!

El sistema nervioso actúa como una antena con capacidad de sintonizar y responder al campo electromagnético producido por el corazón, no solo el nuestro, sino también el de otras personas y animales
Algunos  pacientes trasplantados con la suficiente sensibilidad pueden experimentar cambios personales que se encuentran registrados en la historia de sus donantes. Si bien esto ha sido especialmente estudiado y registrado en pacientes con trasplantes de corazón, lo cierto es que también parece encontrarse en trasplantes de órganos periféricos como riñón, hígado y hasta la córnea. Los estudios sistemáticos realizados sobre trasplantados de corazón encuentran una media de entre dos y cinco de dichos cambios, referidos a gustos alimentarios, música, arte, conducta sexual, recreacional y preferencias profesionales.

Pongamos un poco en orden lo dicho hasta aquí, quizás todavía podamos avanzar un poco más. Todas las células tienen energía y todas contienen y comparten información. Cada célula, bañada en un mar de infoenergía, es una representación holográfica completa de nuestro organismo energético. El corazón es su principal generador y estación central de recogida y emisión de memoria celular. Nuestros órganos y nosotros mismos, no somos otra cosa que la representación física, encarnada, de un conjunto recuperado de memorias celulares. Si algunos individuos pueden sintonizar con esta información de manera espontánea, sin pretenderlo, y hacerla consciente, es muy posible que muchos más puedan ser capaces de hacerlo desde una actitud receptiva y abierta, y más aún si intentan conseguirlo activamente. ¡O incluso sin trasplante! Tú, querido-a lector-a, cada uno de nosotros, sin necesidad de haber recibido un transplante de corazón, recuperamos cada día nuestras propias memorias celulares. Cuando somos amados recibimos un trasplante de energía y cuando amamos damos la energía de nuestro corazón. Al decir “te doy mi corazón” compartimos una impresión infoenergética, un patrón sutil almacenado en nuestras células correspondiente al mapa del amor que quizás se extienda mucho más allá de la metáfora.

Las plantas, los árboles, los animales y los humanos, todos comparten un sistema básico de funcionamiento celular, un funcionamiento energético que sirve de base a la información que acoge la memoria que determina la conciencia celular. En los centros especializados, la in formación del cerebro es más individual, mientras que la del corazón, la memoria celular de todo el organismo, constituye una representación más universal y arquetípica. Las memorias celulares tienen lugar en un nivel cuántico, no local, y el fenómeno postrasplante podría ser considerado como una especie de reencarnación, esto es, la transferencia de memorias y personalidad de un individuo a otro, posible incluso sin la necesidad de un intercambio de tejidos.


8. Intuición

La interacción entre el campo emocional de madre e hijo es esencial en el desarrollo del cerebro y el estado de salud de ambos. La consciencia colectiva del grupo es transmitida a cada uno de sus miembros a través de un campo energético de conexión socioemocional. La comunicación social no corresponde únicamente al intercambio de mensajes de tipo verbal o gestual corporal, sino que además se produce una auténtica comunicación energética que contribuye a la atracción o repulsión magnética entre individuos que todos tan bien conocemos, y que determinan los intercambios y las relaciones sociales. Ya hemos comentado la detección del electrocardiograma de una persona en el electroencefalograma de otra y la sincronización de ondas cerebrales de una persona con las del corazón de otra, lo cual ocurre más fácilmente cuando el ritmo cardiaco es coherente.

El campo cardiaco afecta directamente la percepción de la intuición, captando información sutil, más allá de las fronteras del tiempo y el espacio, a través de la sintonía con el campo cuántico, que muestra que el corazón recibe información antes que el cerebro, ¡¡incluso antes de que el evento suceda!! Quizás es a través de este campo de información como en estados normales o expandidos se puede acceder a estados de consciencia de totalidad.

Decía Paul Pearsall que mientras que el cerebro piensa rápidamente y desde lo alto del cuerpo, identificando los límites, el corazón piensa lentamente y de forma conectiva, desde el centro de nuestro ser, reconociendo los límites como ilusiones de la conciencia. Los sistemas psicofisiológicos del cuerpo perciben la información generada por el efecto de la conciencia sobre el organismo. ¿Cómo recibe y procesa el organismo dicha información? Hoy sabemos por las investigaciones del Heart Math Institute que corazón y cerebro son capaces de captar y responder a la información intuitiva, pero sobre todo el corazón, que se adelanta al cerebro en esta tarea. Una ves más las investigaciones muestran que es el corazón el que modula los potenciales cerebrales que se generan en respuesta a los estímulos intuitivos percibidos. Es como si el corazón tuviera la capacidad de acceder a un campo de energía en donde reside la información de acontecimientos pasados, presentes y futuros, fuera de los códigos del tiempo y el espacio en cuyas coordenadas nos movemos habitualmente. Y el sistema nervioso actúa como una antena con capacidad de sintonizar y responder al campo electromagnético producido por el corazón, no solo el nuestro, sino también el de otras personas y animales. La habilidad de comunicación energética puede ser entrenada e incrementada de forma intencional, consiguiendo una comunicación más profunda a otros niveles, el no verbal, el de comprensión y la conexión interpersonal.

Continuará...

Tomás Álvarez

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